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↑ ÍNDICE


                                     Cuatro Esquemas de Meditación Sobre la Vida Religiosa


                   Segunda Consideración

                   Despreciar las reglas equivale a despreciar la autoridad
                   divina, que nos las ha dado por medio del santo Fundador,
                   como hizo al dar la Ley a Israel por medio de Moisés, y las
                   reglas de San Pacomio por medio de un ángel. Es perder
                   el camino de la salvación y de la perfección. Los demonios
                   no pueden hacer daño a quien observa las reglas. Guarda
                   el orden –dice San Agustín–, y el orden te guardará. Y, si
                   no lo guardas, te destruirá.

                   Confusión por haber despreciado las órdenes de Dios;
                   resolución de observarlas mejor.



                   Tercera Consideración

                   De la observancia de las reglas depende el bien de la
                   vida religiosa, porque ellas son su nervio, sus columnas,
                   fundamentos y muros. Por tanto, quienes no las observan
                   son como la peste de la vida religiosa, piedras de escándalo
                   e hijos parricidas, que asesinan al padre y a la madre y
                   deshonran y afligen el espíritu del santo Fundador.

                   Pregúntense si han sido verdaderos religiosos y si tienen
                   un verdadero propósito de tender a la perfección, o, si,
                   despreciando los medios que Dios les ha proporcionado
                   para alcanzarla, son como aquel hebreo infiel a quien la
                   Escritura llama fugitivo de la Ley, enemigo de la patria y
                   execración de sus hermanos.

                   La humildad es una virtud que reprime el desordenado
                   deseo de honores y nos hace desear el desprecio, dado que
                   somos nada y malicia, que lo hemos recibido todo de Dios,
                   que no podemos hacer nada sin su ayuda y que lo hemos
                   ofendido infinitamente.



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