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Cánticos de San Luis María de Montfort
El misionero no busca la forma literaria sino la expresión que
toca y convierte. “Al componerlos consultaba más el Espíritu
de Dios que las reglas del arte. Así logró, más que cualquier
otro, difundir la devoción, la gracia, la unción”: Blain.
Llenos de consejos prácticos para la vida aterrizada de
cada día, igual que para las alturas de la vida mística, los
cánticos monfortianos presentan al lado de elevaciones
sublimes sobre la Sabiduría, la Santísima Virgen, la Cruz...,
descripciones muy concretas de la vida social, de los trajes,
de la moda misma. Con San Pablo, Montfort puede decir en
verdad: “Nunca dejé de anunciarles plenamente la voluntad
de Dios” (Hch 20,27).
“Como poeta popular, Montfort es un genio. Sus escritos
son en verdad una expresión genial y completa de la vida
cristiana, una invitación elegante y apasionada a todos los
cristianos, desde el mayor pecador hasta el amante más
ardiente de Dios, a seguir con María los pasos de Jesús hasta
las más altas cimas de la vida unitiva”: Fradet.
Ya desde el seminario de San Sulpicio, Luis María se preparó
al trabajo misionero que siempre soñó realizar en su vida
sacerdotal. Luego de su visita a Roma, al ser designado por
Clemente XI ‘misionero apostólico’, amplió el repertorio
de sus cánticos con que iluminaba y fortalecía la vida
cristiana de su Bretaña natal, comunicándole su experiencia
personal de Dios, el juicio profético sobre el mundo y las
enseñanzas catequéticas de su predicación evangélica y de
su meditación cristiana.
A tres siglos de distancia, la lectura de los cánticos
monfortianos revela la seguridad doctrinal y teológica de su
autor, su claridad en la exposición del plan salvífico de Dios
y su conocimiento acertado de la sociedad a la cual quería
llevar el mensaje del amor, la prudencia y la misericordia
de Dios. Desde su propia experiencia canta la vida de Jesús,
de María y de los santos, la comunicación íntima y cercana
de la Santísima Trinidad, y la misión de la Iglesia. También
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