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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              7  Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad
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              santa de Dios .  Y,  según  ellos  mismos  testifican,  nunca
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              han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices
              como  al  hablar  de  Ella.  Todos  a  una  proclaman  que  la
              altura  de  sus  méritos,  elevados  por  Ella  hasta  el  trono
              de la divinidad, es inaccesible; la anchura de su caridad,
              dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable;
              la  grandeza de su poder, que se extiende  hasta sobre el
              mismo Dios, es incomprensible (ver Ef 3,18; Ap 12,15-16);
              y, en fin, que la profundidad de su humildad y de todas sus
              virtudes  y  gracias  es  un  abismo  insondable.  ¡Oh  altura
              incomprensible!  ¡Oh  anchura  inefable!  ¡Oh  grandeza  sin
              medida! ¡Oh abismo impenetrable!

              8   Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo
              más alto del cielo y en lo más profundo de los abismos,
              todo  pregona  y  exalta  a  la  admirable  María.  Los  nueve
              coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad, condición,
              religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios, de
              grado o por fuerza se ven obligados -por la evidencia de la
              verdad- a proclamarla bienaventurada.


              Todos  los  ángeles  en  el  cielo  –dice  San  Buenaventura–
              le  repiten  continuamente:  “¡Santa,  santa,  santa  María!
              ¡Virgen  y  Madre  de  Dios!”,  y  le  ofrecen  todos  los  días
              millones y millones de veces la salutación angélica: Dios
              te salve, María..., prosternándose ante Ella y suplicándole
              que, por favor, los honre con alguno de sus mandatos. “San
              Miguel –llega a decir San Agustín–, aún siendo el príncipe
              de toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y
              hacer que otros le rindan toda clase de honores, esperando
              siempre sus órdenes para volar en socorro de alguno de
              sus servidores”.




              7  Ver VD 48.261.
              8  San Bernardo decía: “Nunca me siento tan contento ni temeroso como
                 cuando debo hablar de la gloria de la Virgen María”.
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