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El Amor de la Sabiduría Eterna
68 32. Por tanto, hijos míos, escúchenme:
dichosos los que siguen mis caminos;
33. escuchen mis avisos, y serán sensatos;
no los rechacen;
34. dichosa la persona que me escucha,
velando en mi portal cada día,
guardando las jambas de mi puerta.
35. Quien me alcanza, alcanza la vida
y goza del favor del Señor.
36. Quien me pierde, se arruina a sí mismo;
los que me odian aman la muerte (Prov 8,32-36).
69 Después de palabras tan tiernas y atrayentes de la
Sabiduría para granjearse el amor de los seres humanos,
teme que aún –a causa de su maravilloso esplendor y
soberana majestad– no se atrevan, por respeto, a acercarse
a ella. Por esto, les hace saber:
12. La sabiduría es radiante e inmarcesible,
la ven sin dificultad los que la aman,
y los que van buscándola la encuentran;
13. ella misma se da a conocer a los que la desean.
14. Quien madruga por ella no se cansa:
la encuentra sentada a la puerta (Sab 6,12-14).
2. LA ENCARNACIÓN, LA MUERTE Y LA
EUCARISTÍA
70 Finalmente para acercarse más a los seres humanos y
testificarles su amor aún más sensiblemente, la Sabiduría
eterna llegó hasta encarnarse, hacerse niño y pobre y morir
por ellos en la cruz. ¡Cuántas veces no exclamó cuando
vivía en la tierra: “Vengan a mí, ¡acérquense a mí todos!
(Mt 11,28). ¡Soy yo, no tengan miedo! (Jn 6,20). ¿Por qué
temer? Soy semejante a ustedes y los amo. ¿Temen, quizás,
por ser pecadores? –¡Precisamente los busco a ustedes!
¡Amo a los pecadores! ¿Temen por haberse alejado
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