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Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen
Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión
diabólica y perniciosa presunción, capaz de llevarlos a la
ruina, se resisten a creerlo. Responden que Dios es bondad
y misericordia; que no nos ha creado para la perdición;
que no hay hombre que no peque; que no morirán sin
confesión; que basta un buen “¡Señor, pequé!” (Ver 2Sam
12,13) a la hora de la muerte. Y añaden que son devotos de
la Santísima Virgen, que llevan el escapulario; que todos los
días rezan puntual y humildemente siete padrenuestros y
avemarías en su honor y algunas veces el rosario o el oficio
de la Santísima Virgen; que ayunan, etc.
Para confirmar sus palabras y enceguecerse aún más, alegan
algunos hechos verdaderos o falsos -poco importa- que han
oído o leído, en los que se asegura que personas muertas
en pecado mortal y sin confesión, gracias a que durante su
vida habían rezado algunas oraciones o ejercitado algunas
prácticas de devoción en honor de la Virgen, resucitaron
para confesarse, o su alma permaneció milagrosamente
en el cuerpo hasta que lograron confesarse, o a la hora de
la muerte obtuvieron de Dios, por la misericordia de la
Santísima Virgen, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan
correr la misma suerte!
98 Nada en el cristianismo es tan perjudicial a las gentes
como esta presunción diabólica. Porque ¿cómo puede
alguien decir con verdad que ama y honra a la Santísima
Virgen mientras con sus pecados hiere, traspasa, crucifica
y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María
se obligara a salvar por su misericordia a esta clase de
personas, ¡autorizaría el pecado y ayudaría a crucificar a
su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera pensarlo?
99 Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima
Virgen - devoción que, después de la que se tiene a Nuestro
Señor en el Santísimo Sacramento, es la más santa y sólida
de todas- constituye un horrible sacrilegio: el mayor y
menos digno de perdón después de la comunión sacrílega.
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