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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              Este gran amante de nuestras almas sufrió en todo: dolores
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              externos e internos, en el cuerpo y en el alma .
              158  Padeció  en  sus  bienes.  Sin  recordar  la  pobreza  de
              su  nacimiento,  la  huida  a  Egipto  y  su  permanencia  allí,
              la pobreza de toda su vida, pensemos que en su pasión
              fue despojado de sus vestiduras por los soldados, que las
              sortearon entre sí, y luego clavado en la cruz, sin que le
              dejasen un pobre harapo para cubrirse.

              159  Sufrió  en  su  honor  y  reputación.  Fue  saturado  de
              oprobios,  tratado  de  blasfemo,  sedicioso,  borracho,
              comilón y endemoniado.

              Fue  menospreciado  en  su  sabiduría,  al  ser  considerado
              como ignorante e impostor y tratado de loco e insensato.

              Fue ultrajado en su poder, al ser considerado como mago
              y hechicero, capaz de hacer falsos milagros en unión de
              Satanás.

              Sufrió a causa de sus discípulos: el uno lo vendió y traicionó;
              el primero de ellos lo negó, y los demás lo abandonaron.

              160  Sufrió de parte  de toda clase de personas: reyes,
              gobernantes,  jueces,  cortesanos,  soldados,  pontífices,
              sacerdotes,  eclesiásticos  y  seglares,  judíos  y  gentiles,
              hombres  y  mujeres;  de  todos,  sin  excepción.  Incluso,
              su  santísima  Madre  aumentó  de  manera  terrible  sus
              aflicciones cuando la vio presenciando su muerte junto a
              la cruz, anegada en un mar de tristeza.


              161  Nuestro  amantísimo  Salvador  padeció  en  todos  los
              miembros de su cuerpo: su cabeza fue coronada de espinas;
              sus cabellos y la barba, mesados; sus mejillas, abofeteadas;
              su  rostro,  cubierto  de  salivazos;  su  cuello  y  sus  brazos,
              torturados con cuerdas; sus espaldas, cargadas y desolladas

              97  S. Th. III q.46 a.5-7.
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