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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
3. AMOR SUPREMO DE LA SABIDURÍA EN SUS DOLORES
163 De lo anterior debemos inferir –con Santo Tomás y los
Santos Padres– que el buen Jesús padeció más que todos
los mártires que han existido o existirán hasta el fin del
mundo.
Si, pues, el menor de los dolores del Hijo de Dios es más
valioso y debe conmovernos más que si todos los ángeles y
hombres hubieran muerto y sido aniquilados por nosotros,
¿cuál no debe ser nuestro dolor, agradecimiento y amor
para con Él, ya que padeció por nosotros cuanto es posible
y con tales excesos de amor, sin estar obligado a ello?
Por la dicha que le esperaba sobrellevó la cruz (Heb 12,2). Es
decir, que Jesucristo, la Sabiduría eterna, habiendo podido
permanecer en la gloria del cielo, infinitamente alejado
de nuestra indigencia, prefirió, por nuestro amor, bajar a
la tierra, encarnarse y ser crucificado –según afirman los
Santos Padres–. Una vez hecho hombre, podía comunicar
a su cuerpo el gozo, la inmortalidad y la alegría de que
ahora goza. Pero no quiso obrar así para poder padecer.
164 Añade Ruperto que el Padre ofreció a su Hijo, en
el momento de la encarnación, la alternativa de salvar
el mundo por el placer o por el dolor, por los honores o
por los desprecios, por la riqueza o por la pobreza, por la
vida o por la muerte. De modo que, si hubiera querido,
hubiera podido redimir a los seres humanos y llevarlos al
paraíso por medio de goces, delicias, placeres, honores y
riquezas, gloria y triunfos. Pero Él escogió los dolores y la
cruz para dar mayor gloria al Padre, y a los seres humanos
el testimonio de un amor más grande.
165 Más aún, nos amó tanto que, en lugar de abreviar
sus dolores, deseaba prolongarlos y soportarlos mil
veces más. Por ello, sobre la cruz, colmado de oprobios y
abismado de dolores, como si los que padecía no fueran
bastantes, exclamó: Tengo sed (Jn 19,28). Pero ¿de qué? “Su
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