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El Amor de la Sabiduría Eterna
naturalmente le parezca que Dios no tiene ojos para ver las
miserias, ni oídos para escuchar las plegarias, ni brazos para
aplastar a sus enemigos, ni manos para prestar ayuda, y
aunque se vea asaltado por distracciones, dudas y tinieblas
interiores, por ilusiones en la imaginación, hastío y tedio en
el corazón, tristeza y agonía en el alma.
El sabio no pide ver cosas extraordinarias –como las
vieron los santos–, ni experimentar dulzuras sensibles en
la oración y prácticas de piedad. Implora con fe la divina
Sabiduría, seguro de que la alcanzará (Sant 1,5-7); sí,
mucho más seguro que si descendiera un ángel del cielo a
revelárselo, porque Dios ha dicho: Todo el que pide recibe (Lc
11,10). Todo el que pide debidamente a Dios, recibe lo que
pide: Si ustedes, malos como son, saben dar cosas buenas a sus
niños, ¿cuánto más su Padre del cielo dará Espíritu Santo –el
Espíritu de Sabiduría– a los que se lo piden? (Lc 11,13).
3. DEBES PEDIRLA CON PERSEVERANCIA
188 Para lograr esta perla preciosa e infinito tesoro debes
utilizar una santa importunidad ante Dios. De lo contrario,
no la alcanzarás nunca.
No debes portarte como muchas personas cuando
piden a Dios alguna gracia. Después de pedir por algún
tiempo, quizás por años enteros, al no ver el resultado,
se desaniman y dejan de orar, pensando que Dios no las
escucha. Así pierden el fruto de sus plegarias e injurian al
Señor, quien se complace en dar y atiende siempre, de un
modo u otro, las oraciones bien hechas.
Por tanto, si deseas alcanzar la Sabiduría, debes solicitarla
día y noche, sin cansarte ni desanimarte. ¡Mil y mil veces
dichoso si, después de diez, veinte o treinta años de
súplicas, logras alcanzarla, aunque fuera una hora antes
de morir! Y si sólo la obtienes después de haber pasado
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