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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort


              espíritu del siglo, enemigo de la cruz de Cristo los hacía
              demoler. Más que un programa de vida, delineó su propio
              retrato espiritual en la Carta a los Amigos de la Cruz: “Un
              amigo de la cruz es un hombre escogido por Dios, entre diez mil
              personas que viven según los sentidos y la sola razón, para ser
              un hombre  totalmente divino que supere la razón y se oponga
              a los sentidos con una vida y una luz  de pura fe, y un amor
              vehemente a la cruz” (AC 4).

              Montfort  es  un  hombre  profundamente  marcado  por  el
              misterio  de  la  cruz.  Por  eso  puede  hablar  de  todas  sus
              dimensiones  en  términos  vibrantes  y  elocuentes.  Como
              todo  mortal,  cargó  con  las  debilidades,  las  fragilidades
              y  los  sufrimientos  de  su  humanidad.  Su  fortaleza  física
              no lo libró de enfermedades particularmente graves, por
              ejemplo, la que lo llevó al borde de la tumba en 1695; la
              fiebre violenta contraída en 1708 durante la misión de La
              Chaise; la gran enfermedad de 1713 que duró siete semanas
              y requirió la intervención de Seignette, famoso cirujano de
              La Rochela; males inexplicables, como cólicos frecuentes,
              dolores de costado que le impedían respirar, dolores de
              cabeza que no le dejaban ni abrir los ojos..., todo lo toleró
              con paciencia heroica.

              La  cruz  es  la  medida  de  todas  las  etapas  del  itinerario
              espiritual de  Montfort: desde  la adolescencia  su  opción
              evangélica por la pobreza radical se convierte en la cruz
              del condicionamiento familiar, ya que el ideal paterno de
              promoción burguesa le impide solidarizarse con las clases
              sociales más bajas. Las estructuras de San Sulpicio, por la
              presión del ritmo comunitario se convierten en sufrimiento
              y mortificación  para sus impulsos místicos y misioneros.


              Su estilo de vida apostólica, a la Providencia, choca contra
              el humanismo secular y aún eclesiástico que lo combate y
              margina. Entre 1703 y 1704 Luis María vive una fase esencial
              que Pérouas llama “el gran desamparo”: despedido de los
              hospitales, incomprendido en sus proyectos evangélicos,
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