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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
Ruperto, quien, aludiendo a la victoria de Jacob sobre un
ángel (ver Gén 32,23-33), dirige a la Santísima Virgen estas
hermosas palabras: “¡Oh María, princesa mía y Madre
inmaculada del Hombre-Dios, Jesucristo!, deseo luchar
con este Hombre que es el Verbo de Dios, armado no con
mis méritos, sino con los tuyos”.
¡Oh! ¡Qué poderosos y fuertes somos ante Jesucristo
cuando estamos armados con los méritos e intercesión
de la digna Madre de Dios, quien –según palabras de San
Agustín– venció amorosamente al Todopoderoso!
2. María purifica nuestras buenas obras, las embellece y hace
aceptables a su Hijo divino
146 Por esta devoción entregamos a Nuestro Señor, por
manos de su Madre santísima, todas nuestras buenas
obras. Esta bondadosa señora las purifica, embellece,
presenta a Jesucristo y hace que su Hijo las acepte.
1. Las purifica de toda mancha de egoísmo y del apego
aun imperceptible que se desliza insensiblemente en las
mejores acciones. Tan pronto como llegan a sus manos
purísimas y fecundas, esas manos –jamás estériles ni ociosas
y que purifican todo cuanto tocan– limpian en lo que le
ofrecemos todo lo que tenga de impuro o imperfecto.
147 2. Las embellece, adornándolas con sus méritos y
virtudes. Pensemos en un labrador cuya única riqueza
fuera una manzana y que deseara granjearse la simpatía
y benevolencia del rey. ¿Qué haría? - Acudir a la reina y
presentarle la manzana para que ella la ofrezca al soberano.
La reina acepta el modesto regalo, coloca la manzana en
una grande y hermosa bandeja de oro y la presenta al rey
en nombre del labrador. En esta forma, la manzana, de
suyo indigna de ser presentada al soberano, se convierte
en un obsequio digno de su Majestad gracias a la bandeja
105
de oro y a la persona que la entrega .
105 Ver SM 37.
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