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                                                                 Carta No. 30


                   11. No teman exagerar, al principio, en observar y hacer
                   observar el silencio en la comunidad y en clase, pues si
                   permiten hablar sin el debido castigo, todo está perdido.

                                            ¡Dios sólo! El 4 de abril de 1715.



                                             30
                                   A María Ana Régnier
                    La Rochelle, el 12 de agosto de 1715, (día de Santa Clara).

                   El tono apremiante de la carta se explica por sus circunstancias.
                   En la primera parte Montfort estimula a María Ana, indecisa para
                   integrarse a las Hijas de la Sabiduría, a no dejar pasar la gracia
                   de Dios sin responder a ella. En la segunda parte dice al padre de
                   la joven: los hijos son regalos de Dios, y si Él los pide para sí, no
                   se los pueden negar.


                   A María Luisa le había dicho Luis María: “Hija mía, María
                   Regnier, a quien quiero asociar a la Sabiduría, es una santa”.
                   Cuarenta años más tarde, una multitud increíble de personas,
                   sacerdotes y laicos, acompañaron el cortejo fúnebre de la Hermana
                   de la Cruz: María Ana Regnier, cuarta Hija de la Sabiduría.
                   Decían todos haber venido más que a orar por ella, a pedir su
                   protección ante Dios. En 1715 María Regnier vivía cerca de La
                   Rochela. Montfort la había conocido hacia 1712. Ella llevaba casi
                   tres años en su vocación religiosa.


                   Querida hija: ¡Viva Jesús! ¡Viva su cruz!  La gracia del
                   Espíritu Santo no tolera tardanzas. Cuando Dios pide algo
                   a su creatura, le habla suavemente y no quiere forzar su
                   libertad. Pero cuanto más aplaza uno el obedecer a lo que
                   tan delicadamente pide, tanto más rara se hace la llamada,
                   tanto más se debilita su voz, tanto más se irrita su justicia.
                   ¡Cuídate, pues! El señor Obispo, a quien hablé hace unos
                   días, quiere que vengas aquí con las Hijas de la Sabiduría.
                   Yo, a mi vez, lo deseo y te lo pido. Para que no puedas resistir
                   a la llamada del Altísimo, te envío un expreso y te ofrezco
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