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Carta No. 33
los incurables que cupieran. Para dirigirla escogió dos jóvenes
virtuosas y voluntarias a quienes dio un hábito parecido al de
la Sabiduría. A la inquietud de la directora por ampliar la obra
responde el misionero: Si se amplía el hospital es necesario personal
adecuado para su dirección. En rigor, él podría enviar dos Hijas
de la Sabiduría. Pero deberían ser ayudadas por seglares. Tratará
personalmente el problema en Nantes, si el obispo lo admite en la
ciudad. Si la obra es de Dios, lo mejor es seguir las indicaciones
de la Providencia.
¡Viva Jesús! ¡Viva su cruz! Respaldado por el tesoro
inagotable de la divina Providencia, nuestra Madre
bondadosa, que nunca nos ha fallado en nuestras empresas
por su gloria, contesto resueltamente que puede aceptarse
y firmarse el arriendo de la casa en cuestión, con tal que las
personas que van a encargarse del cuidado de los pobres
incurables tengan las cualidades siguientes:
1º que, por pocos o muchos que sean sus haberes, tengan
ciencia o no la tengan, no se apoyen en brazo alguno de
carne ni en talento natural alguno, sino únicamente en la
ayuda invisible y misteriosa de la providencia de nuestro
Padre del cielo;
2º que sigan total y puntualmente la misma regla y tengan
el mismo director, sin que nadie ‒por mucho dinero que
traiga consigo o por mucho talento que posea‒ pueda, a
modo de privilegio o por condescendencia, eximirse de la
vida en comunidad, de la regla o del director;
3º por último, que se hallen preparadas ‒si la obra es
de Dios‒ a padecer con alegría toda clase de cruces.
Efectivamente, ésta es la casa de la cruz, y no debe dársele
otro nombre. Y lo primero que hay que hacer en ella ‒con
permiso del Obispo‒ es plantar una cruz, a fin de que
ésta le dé el nombre, la gracia y la gloria a perpetuidad.
Al comienzo bastará con plantar en medio del patio o del
jardín una cruz sencilla, en espera de algo mejor. Será el
primer mueble que lleven a ella. Pero será preciso que
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