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↑ ÍNDICE


                                                      Carta a los Amigos de la Cruz


                   4   Pero, si su excelencia me cautiva, también su grandeza
                   me anonada. ¡Qué compromiso tan serio y difícil conlleva
                   este  nombre!  Bien  lo  expresa  el  Espíritu  Santo,  al  decir:
                   Ustedes son una raza elegida, un reino sacerdotal, una nación
                   consagrada, un pueblo al que Dios eligió... (1Pe 2,9).

                   Un Amigo de la Cruz es alguien a quien Dios elige entre
                   diez  mil  personas  que  viven  conforme  a  sus  sentidos  y
                   caprichos.  Es  alguien  a  quien  Dios  hace  partícipe  de  su
                   misma  vida  y  que,  superándose  a  sí  mismo  y  luchando
                   contra los intereses terrenos, vive su existencia a la luz de
                   una fe viva y con amor ardiente a la Cruz.


                   El Amigo  de  la  Cruz  es  un  rey  poderoso,  un  héroe  que
                   triunfa sobre el demonio, el mundo y la carne en sus tres
                   concupiscencias  (Ver  1Jn  2,16).  Efectivamente,  al  amar
                   las humillaciones arrolla el orgullo de Satanás, al amar la
                   pobreza, triunfa sobre la avaricia; al amar el sufrimiento,
                   domina la sensualidad.

                   El Amigo de la Cruz es un ser humano santo que trasciende
                   todo  lo  visible.  Su  corazón  se  eleva  sobre  lo  caduco  y
                   perecedero.  Su  conversación  está  en  los  cielos  (Ver  Flp
                   3,20). Vive en esta tierra como extranjero y peregrino (Ver
                   1Pe 2,11), y, sin apegarse a ella, la mira con indiferencia y
                   la pisotea con desdén.

                   El Amigo de la Cruz es una conquista excepcional de Jesús
                   crucificado y de su Madre santísima. Es un Benjamín hijo
                   del dolor y de la diestra (Ver Gén 35,18), concebido en el
                   corazón doliente de Jesús, nacido de su costado lacerado y
                   empapado en la púrpura de su sangre (Ver Jn 19,34). Hace
                   honor a su origen sangriento y por ello sólo respira cruz,
                   sangre y muerte a lo mundano, a lo carnal y pecaminoso
                   (Rom 6,2.20; 1Pe 2,24...), a fin de vivir en la tierra oculto en
                   Dios con Jesucristo (Ver Col 3,3).



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