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↑ ÍNDICE


                                                      Carta a los Amigos de la Cruz


                   Cruz. Los idólatras, enceguecidos, se burlan de mi Cruz
                   como  de  una  locura;  los  judíos,  en  su  obstinación,  se
                   escandalizan de ella (ver 1Cor 1,23), como de objeto que
                   causa  horror;  los  herejes  la  destrozan  y  derriban  como
                   cosa despreciable. Más aún –y esto lo digo con lágrimas
                   en los ojos y el corazón traspasado de dolor– mis propios
                   hijos, criados a mis pechos y formados en mi escuela, mis
                   propios  miembros  vivificados  por  mi  Espíritu,  me  han
                   abandonado  y  despreciado,  convirtiéndose  en  enemigos
                   de  mi  Cruz  (ver  Is  1,2;  Flp  3,18).  ¿Acaso ustedes  también
                   quieren dejarme (Jn 6,67), huyendo de mi Cruz, como los
                   mundanos  que  en  esto  son  otros  tantos  anticristos?  (1Jn
                   2,18). ¿Quieren también ustedes conformarse a la corriente
                   del mundo en que vivimos (Ver Rom 12,2) y menospreciar
                   la pobreza de mi Cruz, para correr en pos de las riquezas?
                   ¿Quieren  esquivar  los  dolores  de  mi  Cruz  para  correr
                   detrás  de  los  placeres?  ¿Odian  las  humillaciones  de  la
                   Cruz  para  irse  detrás  de  los  honores?  Aparentemente
                   tengo muchos amigos que declaran amarme, pero que en
                   el fondo me aborrecen, porque no aman mi Cruz. Tengo
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                   muchos amigos de mi mesa, pero muy pocos de mi Cruz» .
                   12   Ante llamada tan cariñosa de Jesucristo, superémonos
                   a nosotros mismos. No nos dejemos arrastrar por nuestros
                   sentidos, como Eva (Ver Gén  3,6). Miremos sólo a Jesús
                   crucificado, autor y consumador de nuestra fe (Ver Heb
                   12,2).  Huyamos  de  la  corrupción  de  las  concupiscencias
                   del  mundo  depravado  (2Pe  1,4).  Amemos  a  Jesucristo
                   como Él se lo merece, es decir, llevando en su seguimiento
                   toda  clase  de  cruces.  Meditemos  detenidamente  estas
                   admirables  palabras  de  nuestro  amable  Maestro,  pues
                   encierran toda la perfección  de la vida cristiana:  El  que
                   quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
                   con su cruz cada día y me siga (Mt 16,24; Lc 9,23).





                   5  Imitación de Cristo, I, c 11, n 1
                                                                      265
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