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                                                      Carta a los Amigos de la Cruz


                   El conocimiento experimental del misterio de la Cruz se
                   comunica sólo a muy pocos. Pues, para que alguien suba
                   al Calvario y se deje crucificar con Jesucristo, en medio de
                   los suyos, es necesario que sea todo un valiente,  un ser
                   humano resuelto y amigo de Dios, pronto a hacer trizas al
                   mundo y al infierno, a su cuerpo y a su voluntad egoísta;
                   un ser humano decidido a sacrificarlo todo, a emprenderlo
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                   todo y padecerlo por Jesucristo .
                   Sepan, queridos Amigos de la Cruz, que aquellos de entre
                   ustedes  que  no  tengan  una  determinación  así,  andan
                   sólo con un pie, vuelan sólo con un ala y no son dignos
                   de  permanecer  en  medio  de  ustedes,  pues  no  merecen
                   llamarse Amigos de la Cruz, a la que hay que amar, como
                   Jesucristo, con corazón generoso y de buena gana (Ver 2Mac
                   1,3).  Una  voluntad  a  medias  -lo  mismo  que  una  oveja
                   sarnosa- basta para contagiar a todo el rebaño. Si alguna
                   de éstas ha entrado en el redil, por la falsa puerta de lo
                   mundano, échenla fuera en nombre de Jesús crucificado,
                   como se echa al lobo de entre las ovejas (Ver Mt 7,15; Jn
                   10,1).

                   16  El  que  quiera  venirse  conmigo...  que  me  humillé  y
                   anonadé (Ver Flp 2,6-8) de tal manera que parezco más un
                   gusano que un hombre (Sal 22[21],7), que vine al mundo sólo
                   para abrazar la Cruz: Aquí estoy (Ver Sal 40[39],8; Heb 10,7-
                   9) y enarbolarla sobre mi corazón, en las entrañas (Ver Sal
                   40[39],9), para amarla desde mi juventud (Sab 8,2), suspirar
                   por ella durante toda mi vida (Lc 12,50), cargar con ella
                   alegremente prefiriéndola a todos los goces y delicias del
                   cielo y de la tierra: En vez del gozo que se le ofrecía, soportó la
                   cruz (Heb 12,2), y que, finalmente, no alcancé la plenitud
                   del gozo sino cuando pude morir en sus brazos divinos.







                   6  Ver ASE 61
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