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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
mandó acercarse y, palpando el pelo de las pieles que le
cubrían las manos, dijo que verdaderamente la voz era de
Jacob, pero las manos eran las de Esaú. Después que comió
y, al besar a Jacob, sintió la fragancia de sus vestidos, le
bendijo y deseó el rocío del cielo y la fecundidad de la
tierra, le hizo señor de todos sus hermanos, y finalizó su
bendición con estas palabras: Maldito quien te maldiga y
bendito quien te bendiga (Gén 27,29).
Apenas había Isaac concluido estas palabras, he aquí que
entra Esaú, trayendo para comer de lo que había cazado,
a fin de recibir luego la bendición de su padre. El santo
patriarca se sorprendió, con increíble asombro, al darse
cuenta de lo ocurrido. Pero, lejos de retractar lo que había
hecho, lo confirmó. Porque veía claramente el dedo de
Dios en este suceso.
Esaú entonces lanzó bramidos –anota la Sagrada Escritura–,
acusando a gritos de engañador a su hermano, y preguntó
a su padre si no tenía más que una bendición. (En todo esto
–como advierten los Santos Padres– fue figura de aquellos
que, hallando cómodo juntar a Dios con el mundo, quieren
gozar, a la vez, de los consuelos del cielo y los deleites
de la tierra). Isaac, conmovido por los lamentos de Esaú,
lo bendijo por fin, pero con una bendición de la tierra,
sometiéndole a su hermano. Lo que le hizo concebir un
odio tan irreconciliable contra Jacob, que no esperaba sino
la muerte de su padre para matar al hermano. Y éste no
hubiera podido escapar a la muerte si Rebeca, su querida
madre, no lo hubiese salvado con su solicitud y con los
buenos consejos que le dio y que él siguió.
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