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                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   66    Para  ayudarnos  en  la  obra  importante  de  nuestra
                   predestinación, la Santísima Virgen ordenó exponer a los
                   fieles  que  rezan  el  Rosario  los  sagrados  misterios  de  la
                   vida de Jesucristo, no sólo para que adoren y glorifiquen
                   al Señor sino también –y sobre todo– para que regulen su
                   vida y acciones por las virtudes de Jesús.


                   Ahora  bien,  así  como  los  niños  imitan  a  sus  padres,
                   viéndolos y conversando con ellos, y aprenden su lengua
                   oyéndolos  hablar,  y  como  un  aprendiz  domina  su  arte
                   al  ver  trabajar  a  su  maestro,  del  mismo  modo  los  fieles
                   cofrades  del  Rosario  se  hacen  semejantes  a  su  divino
                   Maestro, con el auxilio de su gracia y por la intercesión
                   de la Virgen María, al considerar atenta y devotamente las
                   virtudes de Jesucristo en los quince misterios de su vida.

                   67    Moisés  ordenó  al  pueblo  hebreo  de  parte  de  Dios
                   mismo que no olvidara jamás los beneficios de que había
                   sido  objeto.  El  Hijo  de  Dios  puede  con  mayor  razón
                   mandarnos que grabemos en nuestro corazón y tengamos
                   incesantemente  ante  los  ojos  los  misterios  de  su  vida,
                   pasión  y  gloria,  ya  que  con  ellos  quiso  favorecernos  y
                   mostrarnos  el  exceso  de  su  amor  para  salvarnos.  Todos
                   Uds. que pasan por el camino, miren y observen si hay
                   dolor semejante al que me atormenta por amor suyo (Ver
                   Lam 1,12). Acuérdate de mi pobreza y vida errante, del
                   ajenjo y amargor que sufrí por Uds. en mi pasión (Ver Lam
                   3,19).

                   Estas palabras, y muchas otras que se podrían recordar,
                   nos convencen sobradamente de la obligación que tenemos
                   de  no  contentarnos  con  rezar  vocalmente  el  Rosario  en
                   honor de Jesucristo y de la Santísima Virgen, sino recitarlo
                   meditando sus sacrosantos misterios.







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