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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              El  Señor  dijo  cierto  día  al  Beato  Alano:  «¡si  esos
              miserables pecadores rezaran frecuentemente mi Rosario,
              participarían  de  los  misterios  de  mi  pasión  y  yo,  como
              abogado suyo, aplacaría la justicia divina!»

              84   Nuestra vida es de guerra y tentación continuas (Ver
              Job 7,1). Tenemos que luchar no contra enemigos de carne
              y  sangre,  sino  contra  las  mismas  potestades  infernales
              (Ver Ef 6,12). ¿Qué mejores armas podemos empuñar para
              combatirlos que la oración dominical enseñada por nuestro
              propio capitán y la salutación angélica, que ahuyentó a los
              demonios, destruyó el pecado y renovó el mundo?

              ¿Las  habrá  mejores  que  la  meditación  de  la  vida  y
              pasión de Jesucristo  –pensamientos  que  debemos  tener
              habitualmente presentes como lo ordena San Pedro (Ver 1
              Pe 4,1)– para defendernos de los mismos enemigos que Él
              ha vencido y que nos atacan todos los días?

              “Desde  que  el  demonio  –dice  al  Cardenal  Hugo– fue
              vencido por la humildad y pasión de Jesucristo, apenas si
              se atreve a atacar a una persona que medita estos misterios
              o,  si  la  ataca,  es  vencido  por  ella  ignominiosamente:
              Vístanse de la armadura de Dios”( Ef 6,11).

              85   ¡Empuña el arma de Dios que es el Santo Rosario! Con
              ella  destrozarás  la  cabeza  del  demonio  y  podrás  resistir
              todas las tentaciones. De aquí proviene que aun el rosario
              material sea tan terrible al diablo y que los santos se han
              servido de él para encadenarlo y arrojarlo del cuerpo de
              los  posesos –como atestiguan tantas historias–.


              86    Cierto hombre –refiere el Beato Alano–  había ensayado
              inútilmente toda suerte de devociones para liberarse del
              espíritu maligno, que había tomado posesión de él. Resolvió
              ponerse al cuello la camándula. Y con esto se alivió. Pero
              cuando se la quitaban, el demonio volvía a atormentarlo
              cruelmente. Decidió entonces, llevarla al cuello noche y día.
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