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                                                                 Carta No. 16


                   Experimento que sigues pidiendo la divina Sabiduría para
                   este miserable pecador a través de cruces, humillaciones
                   y pobreza. ¡Animo, querida hija! ¡Animo! Te quedo
                   infinitamente agradecido. Experimento los efectos de tus
                   plegarias, porque me encuentro empobrecido, crucificado
                   y humillado como nunca. Hombres y demonios, en esta
                   gran ciudad de París, me arman una guerra muy amable y
                   dulce. ¡Que me calumnien, que me ridiculicen, que hagan
                   jirones mi reputación, que me encierren en la cárcel! ¡Qué
                   regalos tan preciosos! ¡Qué manjares tan exquisitos! ¡Qué
                   grandezas tan seductoras! Son el equipaje y cortejo de la
                   divina Sabiduría, que Ella introduce consigo en casa de
                   aquellos con quienes quiere morar. ¡Oh! ¿Cuándo lograré
                   poseer esta amable y desconocida Sabiduría? ¿Cuándo
                   vendrá a morar en mí? ¿Cuándo estaré tan engalanado que
                   pueda servirle de refugio en un lugar donde se halla sin
                   techo y despreciada?


                   ¡Oh! ¿Quién me dará a comer ese pan del entendimiento
                   con el que Ella alimenta a sus mejores amigos? ¿Quién
                   me dará a beber ese cáliz con el que calma la sed de sus
                   servidores? ¡Ah! ¿Cuándo me hallaré crucificado y perdido
                   para el mundo?

                   No dejes, querida hija en Jesucristo, de compartir mis
                   súplicas encaminadas a satisfacer estos anhelos míos.
                   Puedes hacerlo ciertamente. Lo puedes, de acuerdo con
                   algunas amigas. Nada puede resistir a tus plegarias. El
                   mismo Dios ‒con ser tan grande‒ no las puede resistir. Se
                   ha dejado, afortunadamente, vencer por una fe viva y una
                   firme esperanza.

                   Ora, pues; suspira, implora para mí la divina Sabiduría; la
                   obtendrás toda entera para mí. Así lo creo.






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