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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              En  efecto,  no  reconoce  como  hijo  a  quien  no  posea  esta
              insignia, ni como discípulo sino a quien la lleva en la frente
              sin avergonzarse, en el corazón sin protestar y sobre los
              hombros  sin  arrastrarla  o  rechazarla.  Y  exclama:  El  que
              quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue
              con su cruz y me siga (Mt 16,24).

              No  admite  como  soldado  sino  a  quien  esté  dispuesto  a
              armarse con ella para defenderse, atacar, derribar y aplastar
              a todos sus enemigos. Y dice: Animo, que yo he vencido al
              mundo (Jn 16,33). “Confíen en mí, soldados míos; ¡soy yo,
              su capitán! Por la cruz he triunfado de mis enemigos. ¡Con
              este signo los vencerán también ustedes!” 107

              174  Ha  concentrado  en  la  cruz  tantos  tesoros,  gracias,
              vida y alegría, que no la da a conocer sino a sus preferidos.
                                 108
              Como a los apóstoles  revela con frecuencia a sus amigos
              todos sus secretos, pero no los de la cruz, a menos que lo
              hayan merecido por su gran fidelidad y trabajo. ¡Oh! ¡Cuán
              humilde, pequeño, mortificado, interior y despreciado del
              mundo has de ser para conocer el misterio de la cruz, que
              aún sigue siendo hoy –no sólo entre judíos, paganos, turcos
              y herejes, sabios según el mundo y malos cristianos, sino
              también entre los que se creen devotos y muy devotos–
              objeto  de  escándalo,  locura,  desprecio  y  deserción;  no
              en teoría –pues nunca como hoy se ha hablado y escrito
              tanto sobre la hermosura y excelencia de la cruz–, sino en
              la práctica, ya que tanto se teme, lamenta, excusa y huye
              cuando se trata de sufrir algo!

              Contemplando cierto día la belleza de la cruz, la Sabiduría
              encarnada exclamó en un transporte de gozo: Bendito seas,
              Padre, Señor de cielo y tierra, porque, si has ocultado estas cosas
              a los sabios y entendidos, se las has revelado a la gente sencilla
              (Lc 10,21).

              107 Frase sustancialmente del lábaro de Constantino.
              108 Jn 15,15:  “Los llamo amigos porque les he comunicado todo lo que le he
                 oído a mi Padre”.
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