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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort


                 2) La mano de Dios

              56   En  segundo  lugar,  consideren  la  mano  de  este
              poderoso  Señor.  Que  permite  todos  los  males  que  nos
              sobrevienen de la naturaleza, desde el más grande hasta
              el más pequeño. La mano que aniquiló un ejército de cien
              mil  hombres  (Ver  2Re  19,35)  hace  caer  la  hoja  del  árbol
              y el cabello de la cabeza (Ver Lc 21,18), la mano que con
              tanta dureza hirió a Job (Ver Job 1,13-22; 2,7-10), les roza
              suavemente con esa pequeña contrariedad. Con la misma
              mano hace el día y la noche, el sol y las tinieblas, el bien y
              el mal; permitió los pecados que a ustedes les inquietan: no
              es el autor de la malicia, pero permitió la acción.

              Así pues, cuando vean a un Semeí que les injuria y tira
              piedras  como  a  David  (Ver  2Sam  16,5-14),  díganse  a  sí
              mismos: “No nos venguemos, dejémosle actuar, porque el
              Señor le ordena obrar así. Sé que merezco toda clase de
              ultrajes y  que  Dios me castiga  justicieramente. ¡Detente,
              brazo  mío!  ¡Lengua  mía,  detente!  ¡No  hieras,  no  hables!
              Ese hombre, esa mujer que me injurian son embajadores
              de Dios, enviados por su misericordia a tomar venganza
              amistosamente.  No  irritemos  su  justicia,  usurpando
              los  derechos  de  su  venganza;  no  menospreciemos  su
              misericordia,  resistiendo  a  sus  amorosos  golpes,  no  sea
              que  su  venganza  nos  remita  a  la  estricta  justicia  en  la
              eternidad”. ¡Miren! Con una mano infinitamente poderosa
              y prudente Dios les auxilia, mientras con la otra mano les
              corrige; aflige con una mano y con la otra edifica, humilla
              y enaltece; con suavidad y fuerza al mismo tiempo, abarca
              toda la vida con su potente brazo (Sab 8,1). Con suavidad,
              no permitiendo que sean tentados ni afligidos por encima
              de sus propias capacidades.  Con fuerza,  sosteniéndoles
              con  gracias  poderosas,  proporcionadas  a  la  violencia  y
              duración de las tentaciones o de las pruebas. Con fuerza
              todavía, como dice él mismo por el espíritu de su Iglesia,
              constituyéndose  en  apoyo  “al  borde  del  precipicio  en
              que se encuentran, en compañero de viaje para que no se
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