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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort


                 algún  mal,  el  volver  y  revolver  deleitosamente  los
                 propios dolores, la creencia diabólica de que ustedes
                 son tan importantes, etc. (Ver Hech 8,9).

              Sería cosa de no acabar, si tratara de describir aquí las vueltas
              y revueltas de la naturaleza, hasta en los sufrimientos.

                 8ª   Aprovechen los sufrimientos pequeños más que
                    los grandes

              49    Aprovechen  y  saquen  fruto  de  los  sufrimientos
              pequeños más que de los grandes: el Señor no se fija tanto
              en  lo  que  uno  padece  cuanto  en  la  manera  como  sufre.
              Sufrir mucho, pero mal es sufrir como condenados; sufrir
              mucho  y  valerosamente,  por  una  mala  causa,  es  sufrir
              como mártires de Satanás; sufrir poco, pero por Dios, es
              sufrir como santos.

              Si  podemos  escoger  nuestras  cruces,  optemos  por  las
              pequeñas y carentes de brillo, cuando se presenten al lado
              de  las  grandes  y  refulgentes.  El  orgullo  natural  puede
              pedir,  buscar  y  hasta  escoger  y  abrazar  cruces  grandes
              y  deslumbrantes.  Pero  escoger  y  cargar  con  alegría  las
              pequeñas  y  sin  brillo  es  sólo  efecto  de  una  gracia  muy
              grande y de una especial fidelidad al Señor. Actúen, pues,
              como el comerciante en su mostrador. Saquen provecho
              de  todo.  No  desperdicien  la  menor  partícula  de  la  cruz
              verdadera. Aunque sólo sea la picadura de un mosquito
              o de un alfiler, el malhumor de un vecino, un desprecio
              insignificante, la pérdida de algunos pesos, una pequeña
              turbación  anímica,  un  ligero  cansancio  corporal,  algún
              leve malestar, etc. Sí, saquen provecho de todo, como el
              tendero, que amontona en su mostrador peso a peso, y,
              en corto tiempo, se enriquecerán según Dios. A la menor
              contrariedad que les acontezca, digan: “¡Bendito sea Dios!
              ¡Gracias, Dios mío!” Y depositen en la memoria de Dios,
              que es como su alcancía, la cruz que acaban de ganar, sin
              pensar más en ella sino para decir: “¡Mil gracias, Señor!” o
              “¡Misericordia!”
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