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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort


              racional y percibido, aunque es bueno y excelente, no es
              siempre necesario para sufrir con alegría y según Dios.


              53   Porque hay otro amor en la cima o ápice del alma,
              según los maestros de la vida espiritual; o de la inteligencia,
              según  los  filósofos.  Mediante  este  amor,  aunque  no
              experimentemos ningún gozo de los sentidos ni se perciba
              ninguna  satisfacción  racional  en  el  alma,  amamos  y
              saboreamos la propia cruz a la luz de la fe, aunque con
              frecuencia todo sea guerra y sobresalto en la parte inferior,
              que gime, se queja, llora y busca alivio. De manera que
              entonces  podemos  decir  con  Jesucristo:  Padre  que  no  se
              haga mi voluntad sino la tuya (Lc 22,42). O con la Santísima
              Virgen: Aquí está la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que
              has dicho (Lc 1,38).

              Con uno de estos dos amores de la parte superior hemos
              de amar y aceptar la cruz.

                10ª    Acepten, sin excepción ni selección, toda clase de
                      cruces.

              54    Decídanse,  queridos  Amigos  de  la  Cruz,  a  padecer
              toda clase de cruces  sin excepción ni selección:
              pobrezas,  injusticias,  pérdida  de  bienes,  humillaciones,
              contradicciones,  calumnias,  sequedades,  abandonos,
              aflicciones interiores y exteriores, diciendo siempre: Pronto
              está mi corazón, Dios mío, pronto está mi corazón (Sal 57 [56],8;
              108 [107],2). Dispongámonos a sufrir el abandono de los
              seres humanos, de los ángeles y aun del mismo Dios; a
              sufrir  persecuciones,  envidias,  traiciones,  calumnias,  el
              descrédito y abandono de todos; a padecer hambre, sed,
              mendicidad, desnudez, destierros, cárceles, horca y toda
              clase de suplicios, aunque no los hayan merecido por los
              crímenes que les atribuyen. Imagínense, finalmente, que,
              después  de  haber  perdido  todos  los  bienes  y  el  honor,
              después  de  haber  sido  desalojados  de  su  propia  casa,
              como Job y santa Isabel de Hungría, los lanzan al polvo
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