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↑ ÍNDICE


                                                      Carta a los Amigos de la Cruz


                   Pero no pretendamos volar tal alto, ya que al lado de esas
                   águilas veloces y de esos leones rugientes, no somos más
                   que gallinas mojadas y perros muertos.

                      4ª   Pidan a Dios la sabiduría de la cruz

                   45    Sin  embargo,  pueden  y  deben  pedir  la  sabiduría
                   de la cruz: ciencia sabrosa y experimental de la verdad,
                   que lleva a contemplar a la luz de la fe los misterios más
                   ocultos,  entre  ellos  el  de  la  cruz.  Sabiduría  que  sólo  se
                   alcanza  mediante  grandes  padecimientos,  humillaciones
                   profundas y fervientes oraciones.


                   Si necesitan ese espíritu generoso (Sal 51 [50],14), que ayuda
                   a llevar con valentía las cruces más pesadas; de ese espíritu
                   bueno (Lc 11,13) y suave que permite saborear en la parte
                   superior  del  alma  las  amarguras  más  intensas;  de  ese
                   espíritu puro y recto (Ver Sal 51 [50],12), que sólo busca a
                   Dios; de esa ciencia de la cruz, que en sí misma lo encierra
                   todo; –en una palabra– de ese tesoro infinito, cuyo buen
                   uso  nos  permite  participar  de  la  amistad  de  Dios  (Ver
                   Sab  7,14),  imploren  la  Sabiduría,  pídanla  incesante  e
                   insistentemente, sin titubeos (Ver Sant 1,5-6), sin temor de
                   no obtenerla, y ciertamente la alcanzarán, y comprenderán
                   claramente  y  por  experiencia  propia  cómo  puede  uno
                   llegar a desear y buscar la cruz y deleitarse en ella.

                      5ª     Humíllense ante las propias faltas, pero sin
                          desesperarse

                   46   Si  por  ignorancia  o,  incluso,  culpablemente
                   cometieron alguna falta que les acarree cruces, humíllense
                   inmediatamente dentro de ustedes mismos, bajo la mano
                   poderosa de Dios (1Pe 5,6), pero sin turbación voluntaria,
                   diciendo,  por  ejemplo:  “¡Estos  son,  Señor,  los  frutos  de
                   mi huerto!”. Y si hubo algún pecado en la falta cometida,
                   acepten la humillación resultante, como castigo; si no lo
                   hubo, reciban la humillación en castigo de su orgullo.
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