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↑ ÍNDICE


                                                      Carta a los Amigos de la Cruz


                      7ª   ¡Eviten ante las cruces los engaños del orgullo!

                   48    ¡Mucho  cuidado!  No  crean,  pues,  como  los  devotos
                   orgullosos  y  engreídos  que  las  cruces  que  llevan  son
                   enormes,  que  constituyen  una  señal  de  su  fidelidad
                   personal y testimonio de una excepcional predilección que
                   Dios les manifiesta. Es una sutil e ingeniosa emboscada del
                   orgullo espiritual, tremendamente venenosa.

                   Piensen más bien:

                   1)  que su orgullo y delicadeza les hace considerar como
                      vigas  lo  que  no  son  más  que  pajas;  como  llagas,  las
                      simples  picaduras;  como  elefantes,  los  ratones;  como
                      injurias atroces y crueles abandonos, una palabrita que
                      se lleva el viento y es sólo cosa insignificante;

                   2)  que las cruces que el Señor les envía son, en realidad,
                      castigos amorosos de Dios a causa de sus pecados y no
                      señal de especial predilección;

                   3)  que  por  más  cruces  y  humillaciones  que  el  Señor  les
                      envía, son en número infinitamente mayor las que les
                      ahorra, dada la cantidad y enormidad de sus crímenes.
                      En efecto, éstos deben considerarse a la luz de la santidad
                      de Dios, que no soporta nada impuro, y a quien han
                      ofendido; de un Dios que ha muerto agobiado de dolor
                      a causa de sus pecados; de un infierno eterno, que han
                      merecido miles y miles de veces;

                   4)  que a la paciencia con que padecen se mezcla lo humano
                      y natural en cantidad mucho mayor de lo que piensan.
                      Prueba de ello son los miramientos egoístas, la velada
                      búsqueda de consuelos, las confidencias tan naturales
                      a los amigos y quizás al director espiritual, las excusas
                      tan rebuscadas y a propósito, las quejas, o mejor, las
                      murmuraciones  tan  hermosamente  arregladas  y  en
                      apariencia tan caritativas contra quienes les han hecho
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