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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios
por Padre y a María por Madre. Y quien se jacte de tener
a Dios por Padre, pero no demuestre para con María la
ternura y el cariño de un verdadero hijo, no será más que
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un impostor, cuyo padre es el demonio ...
6. María es Madre de los miembros de Cristo
12 María ha formado a Jesucristo, Cabeza de los
predestinados. Ella debe, por tanto, formar también a los
miembros de esta Cabeza que son los verdaderos cristianos.
Que una madre no da a luz la cabeza sin los miembros, ni
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los miembros sin la cabeza . Por consiguiente, quien quiera
ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad
(Jn 1,14), debe dejarse formar en María por la gracia de
Jesucristo. María está llena de la gracia de Jesucristo para
comunicarla en plenitud a los miembros verdaderos de
Jesucristo, que son también hijos de María.
7. María colabora con el Espíritu Santo
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13 El Espíritu Santo se desposó con María , y en Ella, por
Ella y de Ella produjo su obra maestra que es Jesucristo, la
11 Es “signo de una auténtica vida cristiana y católica el que en nuestro
corazón crezca y madure, con humildad y fidelidad, un amor personal
y lleno de ternura hacia la Virgen bendita” (K. Rahner). Pablo VI en
la Exhortación Marialis Cultus (No. 28) recordaba la expresión de san
Cromacio de Constantinopla: “No se puede hablar de Iglesia, si no
está presente María” y Juan Pablo II en su primera encíclica El Redentor
del Hombre (No. 22) escribía: “la Madre de Jesús debe estar presente
en todas las vías de la vida cotidiana de la Iglesia”. Toda la encíclica La
Madre del Redentor comenta esa presencia maternal de María junto a la
Iglesia y a cada cristiano (ver en especial Nos. 25ss).
12 Ver VD 32.
13 El P. de Montfort ha intuido, más a partir de su experiencia
personal que de la teología de su tiempo, la colaboración de María
con el Espíritu Santo no sólo en la encarnación de Cristo –doctrina
universal- sino, también en la formación de los fieles, que es como
una prolongación de la encarnación (Ver VD 20.34-35, 119…). Algunos
Padres expresaron esta colaboración en términos esponsales (ver
MC 26). El Concilio Vaticano II ha preferido llamar a María “Templo
del Espíritu Santo” (LG 53) en vez de “Esposa del Espíritu Santo”.
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