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↑ ÍNDICE


                                      Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen

                   cerdos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las
                   tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes que
                   las veletas. En el fondo no tenemos sino la nada y el pecado,
                                                                      67
                   y sólo merecemos la ira divina y la condenación eterna .
                   80    Siendo  ello  así,  ¿por  qué  maravillarnos  de  que
                   Nuestro Señor haya dicho que quien quiera seguirle debe
                   renunciarse a sí mismo y odiar su propia vida? (Mt 16,24;
                   Mc 8,34-35) ¿Y que el que ama su alma la perderá y quien
                   la odia la salvará? (Jn 12,25). Esta infinita Sabiduría –que
                   no da prescripciones sin motivo– no nos ordena el odio
                   a  nosotros  mismos  sino  porque  somos  extremadamente
                   dignos de odio; nada tan digno de amor como Dios, nada
                   tan digno de odio como nosotros mismos.

                   81   En segundo lugar, para vaciarnos de nosotros mismos
                   debemos morir todos los días a nuestro egoísmo, es decir,
                   renunciar  a  las  operaciones  de  las  potencias  del  alma  y
                   de los sentidos, ver como si no viéramos, oír como si no
                   oyéramos, servirnos de las cosas de este mundo como si no
                   nos sirviéramos de ellas (ver 1Cor 7,30-31). Es lo que San
                   Pablo llama morir cada día (1Cor 15,31). Si el grano de trigo
                   cae en tierra y no muere, queda infecundo (Jn 12,24), se vuelve
                   tierra y no produce buen fruto. Si no morimos a nosotros
                   mismos y si nuestras devociones más santas no nos llevan
                   a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto
                   que  valga  la  pena  y  nuestras  devociones  serán  inútiles;
                   todas nuestras obras de virtud quedarán manchadas por el
                   egoísmo y la voluntad propia; Dios rechazará los mayores
                   sacrificios y las mejores acciones que ejecutemos; a la hora
                   de la muerte, nos encontraremos con las manos vacías de
                   virtudes y méritos y no tendremos ni una chispa de ese
                   amor puro que sólo se comunica a quienes han muerto a
                   sí mismos, y cuya vida está escondida con Cristo en Dios (Col
                   3,3).

                   67  No obstante el Bautismo (Rom 6,4ss) y que constituye una nueva creatura
                      (2Cor 5,17) es claro que “los desequilibrios que fatigan al mundo moderno
                      están conectados con ese otro desequilibrio que hunde sus raíces en el
                      corazón humano” (GS 10).
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