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Un Santo  para nuestros tiempos


                    PRESENCIA VIVA EN LA IGLESIA

                   Por más de cien años después de su muerte, Luis María
                   de Montfort era conocido sólo en los lugares donde había
                   vivido. Sus misioneros siguieron predicando al pueblo,
                   divulgando la práctica de la renovación de las promesas
                   bautismales y la consagración a Jesús por María. Sólo en
                   1842 fue hallado el manuscrito del Tratado de la verdadera
                   devoción a la Santísima Virgen María, que lo hizo famoso en
                   todo el mundo. Esta es la idea central contenida en este libro:
                   como Dios Padre escogió a María para enviar a su Hijo al
                   mundo y realizar nuestra salvación, así nosotros tenemos
                   que recurrir a María y tomarla como modelo para llegar a
                   ser plenamente conformes a Jesucristo. Montfort entonces
                   propone la total consagración a Jesús por medio de María
                   y explica cómo vivir cada día a la escuela de María para
                   hacernos copias vivientes de Jesucristo.

                   Además del Tratado, Montfort nos ha dejado otros escritos:
                   los Cánticos, con más de 20 mil versos; El amor de la Sabiduría
                   eterna, la obra que nos habla del amor apasionado de Dios
                   por nosotros, manifestado sobre todo en Jesucristo; El secreto
                   de María, síntesis del Tratado. Otras obras, muy a menudo
                   inconclusas: una Carta a los amigos de la Cruz, la Súplica
                   ardiente, El secreto admirable del S. Rosario, las Reglas para sus
                   misioneros y para las Hijas la Sabiduría, cartas y apuntes.

                       “Acuérdense de amar ardientemente a Jesucristo, de
                       amarlo por medio de María, de hacer brillar, en todo lugar
                       y a vista de todos, vuestra devoción a la Santísima Virgen,
                       nuestra bondadosa Madre, a fin de ser en todas partes el
                       buen olor de Jesucristo, de llevar constantemente su propia
                       cruz en seguimiento de este buen Maestro y alcanzar la
                       corona y el reino que les aguardan. En consecuencia,
                       no dejen de cumplir y poner por obra con fidelidad sus
                       promesas bautismales…”.
                       (A los habitantes de Montbernage, n. 2)


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