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Un Santo para nuestros tiempos
las oposiciones de la dirección del hospicio y Montfort
abandonó de nuevo Poitiers.
Regresó a París y por algunos meses volvió a intentar
la experiencia entre los pobres del gran hospicio de esta
ciudad. Nada que hacer: fue alejado. Era el año 1703 y
Montfort todavía no había encontrado su camino. ¿Tenía
que estar entre los pobres? ¿O predicar las misiones y
hacer el catecismo en el campo? Pensó también hacerse
contemplativo, o partir para las misiones extranjeras.
EN BUSCA DE SU CAMINO
En París vivía en un local muy pobre, un cubículo bajo
una escalera, donde rezaba y meditaba. Estaba cercano
a una comunidad de Jesuitas, que lo ayudaban con su
amistad y buenos consejos. Volvió a meditar sobre el
amor de Dios, sobre el sufrimiento y la cruz de Jesucristo.
En la primavera de 1704 retomó el camino hacia Poitiers,
viajando a pie como siempre. En aquella ciudad pudo
permanecer dos años, dedicándose a las misiones populares
y consiguiendo buenos resultados. Sin embargo, no faltaron
incomprensiones y oposiciones y al final el Obispo lo
despidió de su diócesis.
De nuevo sacudido por las olas, Montfort no veía a
qué aferrarse. Decidió entonces dirigirse a Roma, en
peregrinación de fe y para pedir luces al Papa Clemente
XI quien lo recibió el 6 de junio de 1706 y lo confirmó en la
misión de evangelizar al pueblo, sobre todo en las campiñas
de Francia. Le dio un mandato especial, nombrándolo
“misionero apostólico” y lo envió a trabajar en comunión
con los obispos.
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