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El Secreto Admirable del Santísimo Rosario
El Rosario había obrado en sus corazones más de cuanto
hubiera podido el Abad con su exhortaciones y autoridad.
TRIGESIMOCTAVA ROSA
Devoción de un Obispo español al Santo Rosario.
111 Una condesa española –instruida por Santo
Domingo en la devoción del Rosario– lo rezaba a diario
con maravilloso adelanto en la virtud. Nada deseaba
tanto como vivir para la perfección. Pidió, a un Obispo
y célebre predicador, algunas prácticas de perfección. Él
le dijo que antes era necesario le declarase el estado de
su alma y sus ejercicios de piedad. Contestó ella que el
principal de estos era el Rosario, que rezaba todos los días,
meditando los misterios, gozosos, dolorosos y gloriosos
con gran provecho espiritual. El obispo, entusiasmado,
al oír explicar las maravillosas enseñanzas contenidas en
los misterios, le dijo: “Hace veinte años que soy doctor en
teología. He leído acerca de muchas excelentes prácticas
de devoción. Pero no he conocido nada más fructífero
ni conforme al cristianismo que esta. Quiero imitarte.
¡Predicaré el Rosario!”
Así lo hizo y con tal éxito que al poco tiempo contempló
un favorable cambio de costumbre en toda su Diócesis:
muchas conversiones, restituciones y reconciliaciones.
Cesaron el libertinaje, el lujo y el juego, y en las familias
reflorecieron la paz, la devoción y la caridad. Cambio tanto
más admirable cuanto que este Obispo había trabajado
esforzadamente para reformar su Diócesis pero con
escasísimo fruto.
Para inculcar mejor la devoción del Santo Rosario, llevaba
siempre uno muy bello consigo y lo mostraba a sus oyentes
diciendo: “Sepan, hermanos, que el Rosario de la Santísima
Virgen es tan excelente que yo –con ser su Obispo, doctor
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