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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              en recompensa del Rosario que le rezaba cada día, hizo
              edificar  un  convento  en  Dinán  para  los  religiosos  de  la
              nueva Orden de Santo  Domingo. Después se hizo religioso
              y murió santamente en Orleans.

              107   Igualmente, Otero,  soldado bretón  de Vaucouleurs,
              hizo  huir  muchas  veces  compañías  enteras  de  herejes  y
              ladrones con su Rosario y espada al brazo. Sus enemigos,
              después de las derrotas sufridas, le aseguraron que habían
              visto su espada resplandeciente y, algunas veces, un escudo
              en su brazo en el cual estaban grabadas las imágenes de
              Jesucristo, la Santísima Virgen y los santos, que le hacían
              invencible y le daban fuerza en la batalla.

              Cierta vez, con diez compañías, venció a veinte mil herejes,
              sin perder uno solo de sus soldados. Hecho que impresionó
              tanto al general del ejército enemigo, que fue en busca de
              Otero,  abjuró de la herejía y declaró que lo había  visto
              cubierto de armas de fuego durante el combate.



              TRIGESIMOQUINTA ROSA

                  El Cardenal Pedro.

              108   Refiere el Beato Alano que un cardenal, de nombre
              Pedro, del título de Santa María del Tíber, instruido por
              Santo Domingo –íntimo amigo suyo– en la devoción del
              Santo Rosario, se interesó tanto por ella que se convirtió en
              su panegirista y la inculcaba a cuantos podía. Enviado como
              legado a Tierra Santa, entre los cristianos que combatían a
              los sarracenos, persuadió tan maravillosamente el ejército
              cristiano acerca de la eficacia del Rosario, que –practicando
              todos esta devoción para implorar la ayuda del cielo– en
              un combate, con sólo tres mil triunfaron sobre cinco mil.

              Los demonios –ya lo hemos visto– temen  infinitamente
              al Rosario. Dice San Bernardo que la Salutación angélica
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