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                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   TRIGESIMOSEGUNDA ROSA


                       Don Pérez o Pedro.

                   100   Tenía Santo Domingo un primo llamado Don Pérez
                   o Don Pedro, que llevaba una vida muy disoluta. Oyó éste
                   que el Santo predicaba las maravillas del Rosario y que
                   muchos se convertían y cambiaban de vida por este medio
                   y se dijo: “Había perdido la esperanza de salvarme. Pero
                   empiezo  a  recobrar  la  confianza.  ¡Es  preciso  que  acuda
                   a escuchar a este hombre de Dios!” Asistió, pues, un día
                   al sermón del Santo. Quien al verlo, redobló su ardor en
                   atacar los vicios y rogó a Dios fervorosamente que abriese
                   los ojos de su primo y le hiciera conocer el estado miserable
                   de su alma.

                   Don  Pérez  se  asustó  desde  luego,  pero  no  se  decidió  a
                   convertirse.  Volvió,  sin  embargo,  a  la  predicación  del
                   Santo.  Cuando  éste  lo  vio,  comprendiendo  que  este
                   corazón endurecido no se convertiría sino ante un golpe
                   extraordinario, gritó en alta voz: “Señor Jesucristo, ¡haz ver
                   a todo este auditorio el estado en que se halla la persona
                   que acaba de entrar en tu templo!”

                   Toda la concurrencia vio entonces a Don Pérez rodeado de
                   una multitud de demonios en figura de bestias espantosas,
                   que lo tenían atado con cadenas de hierro. Lleno de espanto
                   huyeron todos desordenadamente, con inmensa confusión
                   de don Pérez, aterrado y avergonzado al verse convertido
                   en objeto de horror para todo el mundo.  Santo Domingo
                   hizo  que  se  detuvieran  y  dijo  a  Don  Pérez:  “¡Reconoce,
                   infeliz, el deplorable estado en que te encuentras y arrójate
                   a  los  pies  de  la  Santísima  Virgen!  ¡Toma  este  Rosario!
                   ¡Rézalo con devoción y arrepentimiento de tus pecados y
                   resuélvete a cambiar de vida!”

                   Don Pérez se puso de rodillas, rezó el Rosario y se sintió
                   impulsado a confesarse. Lo que hizo con gran contrición.
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