Page 572 - Obras_Completas_2da_Ed
P. 572

↑ ÍNDICE


                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   natural compasión. Y decían con voz dolorida por boca del
                   poseso: “¡Domingo! ¡Domingo! ¡Ten piedad de nosotros!
                   ¡Te prometemos no hacerle daño! Tú que tienes tanta santa
                   compasión de los pecadores y miserables: ¡ten piedad de
                   nosotros! ¡Mira cuánto padecemos! ¿Por qué te complaces
                   en aumentar nuestras penas? ¡Conténtate con las que ya
                   padecemos! ¡Misericordia! ¡Misericordia! ¡Misericordia!”

                   102    El Santo, sin inmutarse ante las dolientes palabras de
                   los espíritus, les respondió que no dejaría de atormentarlos
                   hasta que hubieran respondido a sus preguntas. Dijéronle
                   los demonios, que responderían pero en secreto y al oído,
                   no ante todo el mundo. Insistió el Santo y les  ordenó que
                   hablaran  en  voz  alta.  Pero  su  insistencia  fue  inútil:  los
                   diablos no quisieron decir palabra. Entonces, el Santo se
                   puso de rodillas y elevó a la Santísima Virgen esta plegaria:
                   “¡Oh poderosísima Virgen María! ¡Por virtud de tu salterio
                   y  Rosario,  ordena  a  estos  enemigos  del  género  humano
                   que respondan a mi pregunta!” Hecha esta oración, salió
                   una llama ardiente de las orejas, nariz y boca del poseso.
                   Los  presentes  temblaban  de  espanto,  pero  ninguno
                   sufrió daño. Los diablos gritaron entonces: “Domingo, te
                   rogamos por la pasión de Jesucristo y los méritos de su
                   Santísima Madre y de todos los santos, que nos permitas
                   salir de  este cuerpo sin decir palabra. Los ángeles, cuando
                   tú lo quieras, te lo revelarán ¿Por qué darnos crédito? No
                   nos atormentes más: ¡ten piedad de nosotros!”

                   “¡Infelices, son indignos de ser oídos!” –respondió Santo
                   Domingo–.  Y  arrodillándose  elevó  esta  plegaria  a  la
                   Santísima  Virgen:  “Madre  dignísima  de  la  Sabiduría,  te
                   ruego en favor del pueblo aquí presente. ¡Obliga a estos
                   enemigos tuyos a confesar la plena y auténtica verdad al
                   respecto!”

                   Había apenas terminado esta oración, cuando vio a su lado
                   a la Santísima Virgen, rodeada de multitud de ángeles, que
                   con una varilla de oro en la mano golpeaba al poseso y
                                                                      573
   567   568   569   570   571   572   573   574   575   576   577