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                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   Entonces, santo Domingo hizo rezar el Rosario a todos los
                   asistentes, muy lenta y devotamente. Y, a cada Avemaría
                   que recitaban –¡cosa sorprendente!– salían del cuerpo del
                   poseso gran multitud de demonios, en forma de carbones
                   encendidos.  Cuando  salieron  todos  los  demonios  y  el
                   hereje quedó completamente liberado, la Santísima Virgen
                   dio su bendición –aunque invisiblemente– a todo el pueblo,
                   que con ello experimentó sensiblemente gran alegría. Este
                   milagro fue causa de la conversión de muchos herejes que
                   llegaron a ingresar en la cofradía del Santo Rosario.



                   TRIGESIMOCUARTA ROSA

                       Simón de Montfort –Alano de Lanvallay– Otero.

                   105    ¿Quien podrá contar las victorias que Simón, conde de
                   Montfort, logró  sobre los albigenses, gracias a la protección
                   de Ntra. Sra. del Rosario? Fueron tan famosas, que jamás
                   se ha visto cosa parecida. Con quinientos hombres derrotó,
                   una vez, a un ejército de diez mil herejes. En otra ocasión,
                   con  treinta  venció  a  tres  mil.  En  otra,  con  ochocientos
                   hombres  de  caballería  y  mil  de  infantería,  despedazó  el
                   ejército del rey Aragón, compuesto de cien mil hombres,
                   perdiendo solamente un soldado de caballería y ocho de
                   infantería.

                   106     ¡De cuántos peligros libró la Santísima Virgen a Alonso
                   de Lanvallay, caballero bretón que combatía en favor de
                   la fe contra los albigenses! Mientras se hallaba cierto día
                   rodeado de enemigos por todas partes, la Santísima Virgen
                   lanzó contra ellos ciento cincuenta piedras y lo libró de sus
                   manos.

                   Otro  día,  en  que  su  nave  había  naufragado,  y  estaba
                   ya  próximo  a  sumergirse,  esta  bondadosa  Madre  hizo
                   emerger de las aguas ciento cincuenta colinas, por encima
                   de  las  cuales  llegó  a  Bretaña.  Él,  como  memorial  de  los
                   milagros que en su favor había hecho la Santísima Virgen
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