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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              Detén, querido cofrade del Rosario, tu natural precipitación
              al rezarlo. Haz algunas pausas en medio del Padrenuestro
              y del Avemaría, como las señalo aquí:

              Padre nuestro, que estás en el cielo  †  santificado  sea  tu
              nombre † venga tu reino † hágase tu voluntad en la tierra
              como en el cielo †.

              Danos  hoy nuestro pan de  cada  día † perdona nuestras
              ofensas † como también nosotros perdonamos a los que
              nos ofenden † no nos dejes caer en la tentación † y líbranos
              de mal. Amén †.
              Dios  te salve María  †  llena  eres  de  gracia  †  el  Señor  es
              contigo † bendita tú eres entre todas las mujeres † y bendito
              es el fruto de tu vientre, Jesús. †
              Santa María,  Madre  de  Dios,  †  ruega  por  nosotros,
              pecadores, † ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén †.

              A  causa  de  la  mala  costumbre  que  tienes  de  rezar
              precipitadamente,  te  costará  al  principio  hacer  estas
              pausas.  Pero,  una  decena  recitada  pausadamente  será
              más meritoria que mil Rosarios rezados a la carrera, sin
              reflexionar ni hacer las pausas.

              128    El  Beato  Alano  de  la  Rupe  y  otros  autores  –entre
              ellos Belarmino– refieren que un buen sacerdote aconsejó
              a  tres  hermanas  penitentes  suyas,  que  rezaran  diaria  y
              devotamente  el  Rosario  durante  un  año,  sin  faltar  a  él
              un solo día, para tejer un hermoso vestido a la Santísima
              Virgen. Era –les dijo– un secreto recibido del cielo.

              Lo  hicieron  así  las  tres  hermanas.  Al  año  siguiente,  el
              día  de  la  Purificación,  ya  atardecido  y  habiéndose  ellas
              retirado,  entró  en  su  apartamento  la  Santísima  Virgen.
              Venía  acompañada  de  Santa  Catalina  y  Santa  Inés,
              engalanada con un traje resplandeciente de luz, sobre el
              cual se leía –escrito por todas partes en letras de oro–: ¡Ave
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