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                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   María, gracia plena! La Reina del cielo se acercó al lecho de
                   la hermana mayor y le dijo: «Te saludo, ¡hija mía! ¡Tú me
                   has saludado frecuentemente y muy bien! ¡Vengo a darte
                   las gracias por el hermoso vestido que me hiciste!» Las dos
                   santas vírgenes que la acompañaban también le dieron las
                   gracias. Después desaparecieron las tres.


                   Una hora más tarde, volvió la Santísima Virgen con sus dos
                   compañeras a la habitación, vestida con un traje, sin oro ni
                   resplandor. Se acercó al lecho de la segunda hermana y
                   le dio las gracias por el traje que le había confeccionado
                   rezando el Rosario. Como ella había visto a la Santísima
                   Virgen  aparecerse  a  su  hermana  mayor  mucho  más
                   resplandeciente, le preguntó el  motivo de la diferencia.
                   «¡Tu hermana –respondió María– me tejió vestidos mejores,
                   rezándome el Rosario mejor que tú!».


                   Aproximadamente  una  hora  más  tarde,  aparecióse  por
                   tercera  vez  la  Santísima  Virgen  a  la  más  joven  de  las
                   hermanas. Venía vestida con un harapo sucio y roto y le
                   dijo: «¡Hija mía, así me has vestido. ¡Gracias!».


                   La  joven,  cubierta  de  confusión,  exclamó:  “Ah,  ¡Señora
                   mía! Perdón por haberte vestido tan mal. ¡Dame tiempo
                   suficiente para hacerte un traje hermoso, rezando mejor el
                   Rosario!” Cuando desapareció la visión, contó la afligida
                   joven al confesor cuanto le había ocurrido. Este la animó
                   a ella y a sus hermanas a rezar el Rosario durante el año
                   siguiente con mayor perfección que nunca. Hiciéronlo así.
                   Y, al cabo del año –siempre en el día de la Purificación– al
                   atardecer, se les apareció la Santísima Virgen, vestida con
                   hermosísimo traje y acompañada de Santa Catalina y Santa
                   Inés, que llevaban coronas, y les dijo: «¡Hijas mías, estad
                   seguras, del reino de los cielos! ¡Mañana entraréis en él con
                   gran  alegría!» A  lo  cual  respondieron  ellas:  “¡Preparado
                   está nuestro corazón, amadísima Señora, preparado está
                   nuestro corazón!”(Ver Sal 57[56],8 ; 108[107], 2). Y la visión
                   desapareció.
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