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                                   La Compañía de María, Regla de los Sacerdotes Misioneros


                   11  2.  No  poseen  en  la  Compañía  dineros  ni  muebles
                   en  propiedad  secreta  o  públicamente.  La  comunidad
                   les proporciona todo lo necesario para el vestido y la
                   manutención en la medida en que la divina Providencia se
                   lo da a ésta por sí misma.

                   12  3. La Compañía no tiene ni puede tener en propiedad
                   más que dos casas en el reino: una en París, para formar
                   eclesiásticos en el espíritu apostólico; la otra, fuera de la
                   capital, en una provincia del reino, para que los miembros
                   de la Compañía puedan descansar cuando no tienen trabajo
                   apostólico entre manos y terminar sus días en el retiro y la
                   soledad después de haber dedicado los más hermosos a
                   la conquista de las almas. La Compañía puede recibir de
                   manos de la divina Providencia otras casas en las diferentes
                   diócesis adonde Dios la llame. Pero aceptará solamente
                   el usufructo de ellas, como el inquilino en una casa, o
                   únicamente la habitación, como el forastero en una fonda. Si
                   nadie quiere ofrecerle una casa, no la pedirá; se contentará
                   con alquilar alguna, en el campo con preferencia a la ciudad.
                   Pero, si alguna persona caritativa le hace donación de una
                   casa, la Compañía consigna por escrito la propiedad de la
                   misma al obispo del lugar y a sus sucesores, conservando
                   para sí solamente el usufructo. El obispo y sus sucesores
                   tienen, por tanto, plenos poderes y derechos para quitar
                   dicha casa a los misioneros si éstos, con el tiempo, viven allí
                   sedentarios y no cumplen sus deberes. Y pueden dedicar
                   dicha casa a otros servicios caritativos más útiles a las gentes,
                   aunque sin disponer de los frutos para sí mismos.

                   En esta forma, los misioneros no quedan fijos en ningún
                   lugar, como lo están, de ordinario, las comunidades más
                   regulares. En cambio, quedan más sólidamente fundados en
                   solo Dios abandonados siempre y sin reserva a los cuidados
                   de su Providencia. De esta manera, las contribuciones,
                   censos y litigios que acompañan casi necesariamente la
                   posesión de tierras y casas no los distraen nunca de las
                   tareas apostólicas. Así, quedan, además, mejor dispuestos
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