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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
Hace cerca de quince días que vengo haciendo el catecismo
a los mendigos de la ciudad, con la aprobación y ayuda del
señor Obispo. Visito y exhorto a los presos en las cárceles y
a los enfermos en los hospitales, repartiendo entre ellos las
limosnas que me dan.
El Hospital al que me destinan es casa de desorden, donde
no hay paz. Es casa de pobres, donde faltan tanto el bien
espiritual como el material. Mas espero que Nuestro
Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, mi Madre
bondadosa, la transforme en casa santa, rica y apacible.
Para lo cual necesito mucho de la gracia de Dios y de la
ayuda de Ud.
Las señoras que dirigen la casa quieren que tome las comidas
con ellas, en comunidad, como han hecho algunos de mis
predecesores. Pero de eso, ni hablar. ¿Estoy obrando bien?
He manifestado al señor Obispo que ni en el Hospital
quiero apartarme de mi Madre, la divina Providencia; que
me contentaré, por tanto, con la comida de los pobres y no
recibiré salario fijo. Esto agrada mucho al señor Obispo, que
se ha ofrecido a servirme de padre. ¿Estoy obrando bien?
Sigo haciendo aquí muchas cosas que hacía ya en Nantes:
duermo sobre pajas, no desayuno, ceno poco. Y gozo de
perfecta salud. ¿Estoy obrando bien? ¿Puedo disciplinarme
una vez más por semana fuera de las tres acostumbradas,
o usar una o dos veces el cinto de crin?
Me tomo la libertad de saludar y agradecer humildemente al
señor Brenier. Sólo Dios sabe cuántos beneficios he recibido
de él, y de modo especial de Ud., a quien quedo y quedaré
por toda la vida sumiso en Jesús y María.
Grignion, sacerdote e indigno esclavo
de Jesús en María.
Saludo a su ángel custodio.
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