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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort


              porque, con firmeza y dulzura al mismo tiempo, les canto
              la verdad, es decir, sus embriagueces, riñas, escándalos,
              etc. Casi ninguno de los administradores ‒a pesar de que
              en casa no tomo ni un pedazo de pan, pues los de afuera
              me alimentan por caridad‒ se preocupa por castigar estos
              vicios y corregir tales desórdenes internos, porque casi todos
              piensan sólo en el bienestar temporal y externo de la casa.

              Padre  mío,  es  cierto  ‒sin  embargo‒  que,  en  medio  de
              tantas turbaciones y contratiempos ‒que sólo en grandes
              líneas le comunico‒, Dios ha querido servirse de mí para
              hacer grandes conversiones dentro y fuera de casa. La
              hora de levantarse, la del descanso, de la oración vocal, del
              rosario y las comidas en común, de los cánticos y hasta de
              la meditación para quienes desean hacerla, siguen en pie
              todavía a pesar de las contradicciones.

              Desde mi llegada estoy en una misión continua: confieso
              habitualmente desde la mañana hasta la tarde y aconsejo
              a infinidad de personas. Y mi Padre, el Dios todopoderoso
              ‒a quien sirvo, aunque infielmente‒, me ha concedido luces
              espirituales que antes no tenía, como son gran facilidad
              para expresarme e improvisar sin preparación, perfecta
              salud y gran amplitud de corazón para todos. Esto me
              granjea el aplauso de toda la ciudad (¡lo que debe hacerme
              temer mucho por mi salvación!). No permito entrar en mi
              habitación a ninguna mujer, ni siquiera a la superiora de
              la casa.

              Olvidaba decirle que cada semana doy una conferencia a
              los trece o catorce mejores alumnos del colegio. Esto con
              aprobación del difunto señor Obispo.

              Hay en el Hospital una muchacha que tiene el espíritu a
              la vez más astuto, sagaz y orgulloso que jamás he visto.
              Es la provocadora de todo este barullo. Mucho me temo
              que el señor De la Poype sea engañado por ella, como su
              predecesor, por exceso de credulidad. Si le parece bien,
              puede Ud. ponerlo en guardia al respecto.
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