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                                                                 Carta No. 12


                   Señor y amado Padre, hónreme con una de sus cartas. Hoy
                   más que nunca le estoy sumiso. Sólo la necesidad me obliga
                   a verme privado de sus consejos. Me atrevo a declararme
                   totalmente sumiso a Ud. en Jesús y María.
                   Luis Grignion, sacerdote y esclavo indigno de Jesús en
                   María.

                   Saludo y agradezco al P. Brenier. Saludo a los PP. Repars y
                   Lefèvre y a todo el seminario; pero de manera muy especial
                   al P. Lévêque, a quien escribo lo mismo que a usted.


                                             12
                                    A su hermana Luisa
                                   Poitiers, octubre de 1702.

                   En el verano de 1702 Guyonne-Jeanne es retirada de las Hermanas
                   de San José. Ante la dolorosa situación su hermano viaja a París.
                   Luego de varias vueltas humillantes e inútiles se dispone a
                   regresar, cuando al despedirse de las Benedictinas del Santísimo
                   Sacramento, encontró la solución buscada para “Luisa” que fue
                   recibida en la congregación porque “una persona generosa se sintió
                   inspirada a pagar la dote necesaria”.

                   Guyonne-Jeanne es enviada al noviciado de Rambervilliers,
                   Lorena, de donde escribe a Luis María a Poitiers para agradecerle
                   y expresarle su alegría. El responde así:

                   Querida hermana en Jesucristo: ¡el amor puro de Dios reine
                   en nuestros corazones!

                   Deja que mi corazón se anegue con el tuyo en la alegría,
                   que mis ojos derramen lágrimas de consuelo y que mi mano
                   estampe en esta carta la dicha que me embarga.

                   No fue inútil, ciertamente, mi viaje a París. Ni tampoco tu
                   abandono y cruces del pasado; ¡el Señor tuvo piedad de ti!
                   Esta pobre hija gritó, y el Señor la escuchó (ver Sal 34[33],7)
                   inmolándola verdadera, interior y eternamente.
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