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                                      Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen

                   o  saborear,  en  medio  de  las  penas  y  sequedades,  sus
                   dulzuras  maternales.  Se  arrojan,  esconden  y  pierden  de
                   manera maravillosa en su seno amoroso y virginal, para
                   ser allí inflamados en amor puro, ser allí purificados de las
                   menores manchas y encontrar allí plenamente a Jesucristo,
                   que reside en María como en su trono más glorioso.


                   ¡Oh! ¡Qué felicidad! “No creas –dice el abad Guerrico– que
                   es mayor felicidad habitar en el seno de Abrahán que en el
                   de María, dado que el Señor puso en éste su trono”.

                   Los  réprobos,  por  el  contrario,  ponen  toda  su  confianza
                   en sí mismos. Al igual que el hijo pródigo, se alimentan
                   solamente de lo que comen los cerdos, se nutren solamente
                   de  tierra,  a  semejanza  de  los  sapos,  y,  a  la  par  que  los
                   mundanos,  sólo  aman  las  cosas  visibles  y  exteriores.
                   No  pueden  gustar  del  seno  de  María  ni  experimentar
                   el  apoyo  y  la  confianza  que  sienten  los  predestinados
                   en  la  Santísima  Virgen,  su  bondadosa  Madre.  Quieren
                   hambrear  miserablemente  por  las  cosas  de  fuera  -dice
                                143
                   San Gregorio -, porque no quieren saborear la dulzura
                   preparada dentro de sí mismos y en el interior de Jesús y
                   de María.

                   200   5° Finalmente, los predestinados siguen el ejemplo
                   de  la  Santísima  Virgen,  su  tierna  Madre.  Es  decir,  la
                   imitan, y por esto son verdaderamente dichosos y devotos
                   y llevan la señal infalible de su predestinación, como se
                   lo anuncia su cariñosa Madre: Dichosos los que siguen mis
                   caminos (Prov 8,32), es decir, quienes con el auxilio de la
                   gracia divina practican mis virtudes y caminan sobre las
                   huellas de mi vida. Sí, dichosos durante su vida terrena,
                   por la abundancia de gracias y dulzuras que les comunico
                   de mi plenitud, y más abundantemente que a aquellos que
                   no me imitan tan de cerca. Dichosos en su muerte, que es
                   dulce y tranquila, y a la que ordinariamente asisto para
                   conducirlos  personalmente  a  los  goces  de  la  eternidad.

                   143  Ver VD 48.
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