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El Secreto Admirable del Santísimo Rosario
avergonzaras de utilizar el que su Hijo nos ha prescrito y
vives persuadida de que las oraciones contenidas en los
libros son para los sabios, mientras que el Rosario es bueno
solamente para las mujeres, los niños o la gente del pueblo,
como si las oraciones que lees en tu devocionario fueran
más bellas y agradables a Dios que la oración dominical.
¡Dejar de lado la oración recomendada por Jesucristo
para apegarnos a las compuestas por los hombres es una
tentación peligrosa!
No desaprobamos con esto las oraciones compuestas por
los santos para excitar a los fieles a alabar a Dios. Pero
no podemos admitir que haya quienes las prefieran a la
que brotó de los labios de la Sabiduría encarnada, dejen
el manantial para correr tras los arroyos y desdeñen
el agua viva para ir a beber la turbia. Porque, al fin y al
cabo, el Rosario -compuesto de la oración dominical y
de la salutación angélica- es el agua limpia y eterna que
mana de la fuente de la gracia. Mientras que las demás
oraciones, que buscas y rebuscas en los libros, no son más
que arroyos que derivan de ellas.
39 ¡Dichoso quien recita la plegaria enseñada por el Señor
meditando atentamente cada palabra! ¡Encuentra en ella
cuanto necesita y puede desear! Cuando rezamos esta
admirable plegaria, cautivamos desde el primer momento
el corazón de Dios, invocándolo con el dulce nombre de
Padre.
«Padre nuestro»: el más tierno de todos los padres,
omnipotente en la creación, admirable en la conservación
de las criaturas, sumamente amable en su providencia e
infinitamente bueno en la obra de la Redención. ¡Dios es
nuestro Padre! ¡Entonces, todos somos hermanos y el cielo
es nuestra patria y nuestra herencia! ¿No bastará esto para
inspirarnos, a la vez, amor a Dios y al prójimo y desapego
de todas las cosas de la tierra?
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