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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
¡Amén! Expresión muy consoladora -dice San Jerónimo-.
Es como el sello que Dios pone al final de nuestra súplica
para asegurarnos que nos ha escuchado. Es como si nos
respondiera: «¡Amén! Sí, hágase como han pedido; lo han
conseguido... » Porque esto es lo que significa el término:
Amén.
DECIMOTERCERA ROSA
El padrenuestro (continuación).
41 Al recitar cada una de las palabras de la Oración
dominical, honramos las perfecciones divinas. Honramos
su fecundidad llamándolo Padre: Padre que desde la
eternidad engendras a un Hijo igual que tú, eterno y
consustancial, que es una misma esencia, una misma
potencia, una misma bondad, una misma sabiduría
contigo, Padre e Hijo que al amaros producís al Espíritu
Santo, que es Dios como vosotros. ¡Tres adorables personas
que sois un solo Dios!
Padre nuestro. Es decir, Padre de los hombres y las mujeres
por la creación, la conservación y la redención; Padre
misericordioso de los pecadores; Padre amigo de los justos;
Padre magnífico de los bienaventurados.
Que estás. Con estas palabras admiramos la inmensidad, la
grandeza y plenitud de la esencia divina, que se llama con
verdad Él que es (Ex 3,14), es decir, el que existe esencial,
necesaria y eternamente, que es el Ser de los seres, la
Causa de todo ser. Que contiene en sí mismo –en forma
eminente– las perfecciones de todos los seres. Que está en
todos con su esencia, presencia y potencia sin ser por ellos
abarcados. Honramos su sublimidad, gloria y majestad con
las palabras que estás en el cielo –es decir–, como sentado
en su trono para ejercer justicia sobre todos los hombres.
Adoramos su santidad, al desear que su nombre sea
santificado. Reconocemos su soberanía y la justicia de sus
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