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↑ ÍNDICE


              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              La Santísima Trinidad reveló la primera parte. Santa  Isabel
              –iluminada por el Espíritu Santo– añadió la segunda, y la
              Iglesia  –en  el  primer  concilio  de  Efeso  (431)–  sugirió  la
              conclusión,  después  de  condenar  el  error  de  Nestorio  y
              definir que la Santísima Virgen es verdaderamente Madre
              de Dios. Ese concilio ordenó que se invocase a la Santísima
              Virgen bajo este glorioso título, con estas palabras: Santa
              María  Madre  de  Dios,  ruega  por  nosotros,  pecadores,
                                                14
              ahora y en la hora de nuestra muerte .
              45      La  Santísima  Virgen  recibió  esta  divina  salutación
              en orden a llevar a feliz término el asunto más sublime e
              importante del mundo, a saber, la Encarnación del Verbo
              eterno,  la  reconciliación  entre  Dios  y  los  hombres  y  la
              redención del género humano. Embajador de esta buena
              noticia fue el arcángel San Gabriel, uno de los primeros
              príncipes de la corte celestial.

              La  salutación  angélica  contiene  la  fe  y  esperanza  de
              los  patriarcas, de  los  profetas y de  los  apóstoles.  Es la
              constancia  y  fortaleza  de  los  mártires,  la  ciencia  de  los
              doctores, la perseverancia de los confesores y la vida de
              los religiosos (B Alano). Es el cántico nuevo de la ley de la
              gracia, la alegría de los ángeles y de los hombres y el terror
              y confusión de los demonios.

              14  Montfort se atiene a la opinión de su tiempo. Es cierto lo que dice, en cuanto
                 la segunda parte del Avemaría está sustancialmente en las palabras “
                 Madre de Dios”. Título que como tal no se encuentra en los escritos del
                 Nuevo Testamento. Se lo halla por primera vez en San Hipólito de Roma
                 (+235). Más tarde, Nestorio combate la atribución de este título a María a
                 causa de  sus opiniones respecto de Cristo. En efecto, para él una cosa
                 es el Hijo de Dios y otra el Hijo de María. En el sentido de que halla en
                 Cristo dos personas: una divina (el Logos) y otra humana (Jesús). Por
                 consiguiente, María no puede ser llamada “théotokos” (Madre de Dios),
                 al menos en el sentido fuerte exigido por la Unión hipostática (es decir,
                 la unión de las dos naturalezas divina y humana en la única persona del
                 Verbo). El concilio de Éfeso (431), al defender que en Cristo hay una sola
                 persona, condena la doctrina de Nestorio y sus partidarios y, al aprobar
                 por  aclamación  la  segunda  carta  de  San  Cirilo  a  Nestorio,  confirma
                 solemnemente la atribución a María del título de Madre de Dios. Esta
                 decisión normativa de Éfeso será promulgada explícitamente como dogma
                 en 451 por el Concilio de Calcedonia (Cahiers Marials, No. 116,43s).
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