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                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   designios  sino  que  aceptamos  humildemente  cuanto  ha
                   querido ordenar respecto de nosotros. Y que cumplamos
                   siempre  y  en  todo  su  santísima  voluntad  –manifestada
                   en  sus  mandamientos–  con  la  misma  prontitud,  amor  y
                   constancia con las que los ángeles y santos le obedecen en
                   el cielo.


                   40    Danos hoy nuestro pan de cada día. Jesucristo nos enseña a
                   pedir a Dios lo necesario para la vida del cuerpo y del alma.
                   Con  estas  palabras,  confesamos  humildemente  nuestra
                   miseria y rendimos homenaje a la Providencia, declarando
                   que creemos y queremos recibir de su bondad todos los
                   bienes temporales. Con la palabra “pan”, pedimos a Dios
                   lo  estrictamente  necesario  para  la  vida:  Excluimos  lo
                   superfluo. Este pan lo pedimos “hoy” es decir, limitamos
                   al presente nuestras solicitudes, confiando a la Providencia
                   el mañana. Pedimos el pan “de cada día”, confesando así
                   nuestras necesidades siempre renovadas y proclamamos
                   la  continua  dependencia  en  que  nos  hallamos  de  la
                   protección y socorro divinos.

                   Perdona nuestras ofensas como  nosotros perdonamos a  los
                   que  nos  ofenden.  Nuestros  pecados  –dicen  San Agustín  y
                   Tertuliano–  son  deudas  que  contraemos  con  Dios,  y  su
                   justificación exige el pago hasta el último céntimo. Y ¡todos
                   tenemos estas tristes deudas! Pero, no obstante nuestras
                   numerosas  culpas,  acerquémonos  a  Él  confiadamente  y
                   digámosle con verdadero arrepentimiento: Padre nuestro,
                   que estás en el cielo, perdona los pecados  de nuestro
                   corazón y nuestra boca, los pecados de acción y omisión,
                   que  nos  hacen  infinitamente  culpables  a  los    ojos  de  tu
                   justicia. Porque, como hijos de un Padre tan clemente y
                   misericordioso,  perdonamos  por  obediencia  y  caridad  a
                   cuantos nos han  ofendido.

                   Y no nos dejes, por infidelidad a tu gracia, caer en la tentación,
                   del mundo y de la carne. Y líbranos del mal que es el pecado,
                   del mal de la pena temporal y eterna que hemos merecido.
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