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              Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort

              Al  perdonar  a  quienes  nos  han  ofendido,  ejercitamos  la
              misericordia en la más alta perfección.

              Al  implorar  ayuda  en  la  tentación,  hacemos  actos  de
              humildad, prudencia y fortaleza.

              Al esperar que nos libre del mal, practicamos la paciencia.

              Finalmente, al pedir todo esto no solo para nosotros, sino
              también para el prójimo y para todos los miembros de la
              Iglesia, nos comportamos como verdaderos hijos de Dios,
              lo imitamos en la caridad que abraza a todos los hombres
              y cumplimos el mandamiento de amor al prójimo.

              43   Detestamos, además, todos los pecados y practicamos
              los mandamientos de Dios, cuando -al rezar esta oración-
              nuestro corazón sintoniza con la  lengua y no mantenemos
              intenciones contrarias a estas divinas palabras. Puesto que,
              cuando reflexionamos en que Dios está en el cielo –es decir,
              infinitamente por encima de nosotros por la grandeza de su
              majestad– entramos en los sentimientos del más profundo
              respeto en su presencia y, sobrecogidos de temor, huimos
              del  orgullo  y  nos  abatimos  hasta  el  anonadamiento.  Al
              pronunciar el nombre de Padre, recordamos que de Dios
              hemos recibido la existencia por medio de nuestro padre y
              la instrucción por medio de nuestros maestros. Todos los
              cuales representan para nosotros a Dios, cuya viva imagen
              constituyen. Por ellos, nos sentimos obligados a honrarlos,
              o  mejor  dicho,  a  honrar  a  Dios  en  sus  personas  y  nos
              guardamos mucho de despreciarlos y afligirlos. Cuando
              deseamos  que  el  santo  nombre  de  Dios  sea  glorificado,
              estamos bien lejos de profanarlo. Cuando consideramos el
              reino de Dios como nuestra herencia, renunciamos a todo
              apego desordenado a los bienes de este mundo. Cuando
              pedimos con sinceridad para  nuestro prójimo los bienes
              que  deseamos  para  nosotros,  renunciamos  al  odio,  la
              disensión y la envidia.



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