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Obras Completas de San Luis María Grignion de Montfort
algún mortal. Porque –dice San Agustín– la caridad de la
Santísima Virgen aventaja a todo el amor natural de todos
los hombres y de todos los ángeles.
54 El Señor se apareció un día a Santa Gertrudis, contando
monedas de oro. Ella se atrevió a preguntarle qué
estaba contando. “Cuento –le respondió Jesucristo– tus
Avemarías: ¡son la moneda con que se compra el paraíso!”
El doctor y piadoso Suárez, S.J., estimaba tanto la salutación
angélica que solía decir: “¡Daría con gusto toda mi ciencia
por el valor de un Avemaría bien dicha!”
55 El Beato Alano de la Rupe se dirige así a la Santísima
Virgen: “Quien te ama, oh excelsa María”, escuche esto y
llénese de gozo:
El cielo exulta de dicha, la tierra, de admiración: cuando
digo: ¡Avemaría!
Mientras que el mundo se aterra, poseo el amor de Dios:
cuando digo: ¡Avemaría!
Mis temores se disipan, mi pasiones se apaciguan:
cuando digo: ¡Avemaría!
Mi devoción, se acrecienta, y alcanzo la contrición:
cuando digo: ¡Avemaría!
Se confirma mi esperanza, se acrecienta mi consuelo:
cuando digo: ¡Avemaría!
Salta de gozo mi espíritu, se disipa mi tristeza: cuando
digo: ¡Avemaría!
Porque la dulzura de esta suavísima salutación es tan
grande que no hay términos adecuados para explicarla
debidamente y, después de haber dicho de ella maravillas,
resulta todavía tan escondida y profunda que es imposible
descubrirla. Es corta en palabras, pero grande en misterios.
Es más dulce que la miel y más preciosa que el oro. “Hay
que tenerla frecuentemente en el corazón para meditarla y
en la boca para recitarla y repetirla devotamente”.
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