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↑ ÍNDICE


                                             El Secreto Admirable del Santísimo Rosario

                   La  tercera,  que  cuando  la  enfermedad,  obediencia
                   legítima,  necesidad  u  olvido  involuntario  te  impiden
                   rezar el Rosario, no pierdes el mérito ni la participación
                   en  los  rosarios  de  los  demás  cofrades.  Y,  por  tanto,  no
                   es necesario –en absoluto– que al día siguiente reces dos
                   Rosarios para suplir al que faltaste sin culpa tuya, según
                   suponemos. Pero, si la enfermedad te permite rezar una
                   parte del Rosario, debes rezarla.
                   Felices tus servidores, que están siempre junto a ti (1 Re 10,8).
                   Felices  los  que  habitan  en  tu  casa,  te  alaban  sin  cesar (Sal
                   84[83],5).
                   ¡Dichosos, Señor Jesús, los cofrades del Rosario Cotidiano,
                   que permanecen todos los días en torno a ti y en tu casita
                   de Nazaret, al pie de tu cruz y de tu reino en los cielos,
                   dedicados a contemplar tus misterios gozosos, dolorosos
                   y gloriosos! ¡Qué  felices en la tierra, a causa de las gracias
                   que les comunicas! Y ¡qué dichosos en el cielo, donde te
                   alabarán  de  manera  especialísima  por  los  siglos  de  los
                   siglos!
                   142  En segundo lugar, hay que recitar el Rosario con fe,
                   conforme a las palabras de Jesucristo: Todo lo que pidan en
                   la oración, crean que ya lo recibieron... (Mc 11,24).  Cree que
                   recibirás de Dios cuanto le pidas y Él te escuchará y te
                   responderá: Que te suceda como creíste (Mt 8,13). Si a alguno
                   de Uds. le falta la sabiduría, pídala a Dios. Pero pídala con fe
                   (Sant 1,5-6), recitando el Rosario y le será concedida.

                   143  En  tercer lugar,  hay  que  orar  con  humildad,  como
                   el publicano, que estaba de rodillas en tierra y no con
                   una rodilla en el aire o sobre un banco, como hacen los
                   orgullosos.  Se  quedó  a  la  entrada  sin  atreverse  a  llegar
                   hasta  el  fondo  del  santuario,  como  el  fariseo.  Tenía  los
                   ojos  clavados  en  el  suelo,  sin  atreverse  a  levantarlos  al
                   cielo. Sin levantar la cabeza ni mirando acá y allá, como
                   el  fariseo.  Golpeándose  el  pecho,  confesándose  pecador
                   e implorando perdón: Ten piedad de mí que soy un pecador
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